FRAGMENTO
2009
Video / 04:55’
Colección MICROMUSEO ("al fondo hay sitio")
Carlos Runcie Tanaka
Fragmento
2009
Video / 04:55′
Colección MICROMUSEO
(“al fondo hay sitio”)
¿QUIÉN PAGA
LOS PLATOS ROTOS?
GUSTAVO BUNTINX
“These fragments I have shored against my ruins”
(“Estos fragmentos he orillado contra mis ruinas”)
T.S. Eliot
The Waste Land
1922
“La constante manipulación
de los fragmentos de cerámica
y el sonido de las piezas rotas
─en un intento por recobrar
la identidad perdida y dañada─
dan lugar a una nueva creación,
un territorio y un espacio de unidad e inclusión”
Carlos Runcie Tanaka
Sumballein es la raíz griega de la palabra símbolo. Con ella los antiguos aludían a la identidad surgida de juntar o reunir los fragmentos de un objeto previamente fracturado para facilitar el reconocimiento mutuo de quienes custodiaban sus partes.
El concepto adquiere una connotación religiosa que se prolonga en la labor de quienes hacen del quiebre y recomposición de sus obras un abismamiento poético a la vez que político. Artífices que incorporan en su trabajo la violencia social más amplia desde las claves más personales de sus identidades entrecortadas.
Los continuos desarraigos y mestizajes de la patria peruana quisieran reeditarse en la sanación ansiada tras las rupturas de nuestro devenir más reciente (la guerra incivil [1980 – 1992], la neodictadura [1992 – 2000]). Como en este sobrio ─y conmovedor─ video de Carlos Runcie Tanaka: apenas el registro de la perplejidad, pero también la persistencia, con que manos en apariencia anónimas procuran recomponer la integridad perdida de vajillas impactadas por el fuego, por el accidente, por la historia.
Pero, como se revela recién en sus créditos finales, esas extremidades son las del propio artífice. Las de sus progenitores. Las de sus hermanos, primos, parientes. Las de sus colaboradores más cercanos.
Y los ceramios ─esto es crucial─ fueron todos elaborados ─y quebrados─ en el taller del propio Runcie, ampliamente reconocido también por su espléndida producción alfarera.
Atención especial amerita el sonido, inquietante, del entrevero de los fragmentos manipulados. Y la intensidad poética con que ese rumor precede y prolonga la presencia visible de las imágenes. Como puntos suspensivos aurales. Que sugieren un crepúsculo y al mismo tiempo una aurora.
En la incertidumbre de ese umbral, en las dificultades de aquel empeño reconstructivo, asoma una interrogante imposible: ¿QUIÉN PAGA LOS PLATOS ROTOS?
Pero también asoma la alegoría y el símbolo de los procesos legados por nuestras violencias fratricidas. Modernidades truncas, tradiciones fragmentadas, comunidades hechas pedazos.
Y, sin embargo, recompuestas en la dolida dimensión utópica de estas obras.
Dios se mueve entre los cacharros (Santa Teresa de Jesús).