Gustavo Buntinx

EXABRUPTOS

(Sinopsis curatorial)

Ricardo Cassinelli
Escolares 1
1984
Acrílico sobre cartón: 80 x 84 cm
MICROMUSEO (“al fondo hay sitio“)

Entre 1980 y 1992 el Perú experimenta transformaciones decisivas. Trances y transiciones: de varias modernizaciones fallidas a una (post)modernidad incierta. De las ilusiones nacionalistas a los desastres de la guerra incivil. De la huida de una dictadura (Velasco y Morales) a la precipitación hacia otra (Fujimori y Montesinos). Doce inclementes años en apariencia administrados desde el sistema de la democracia representativa, pero en los hechos dominados por la hiperinflación, el desgobierno, la violencia sin límites. Nuestra “República de Weimar peruana”, término concebido en analogía y fricción con las extremidades —políticas y artísticas— de la breve experiencia democrática alemana (1919 – 1933) interrumpida por el ascenso de los nazis al poder.1

Un abismamiento histórico que en el caso nuestro forzaría ensimismamientos varios, pero a la vez, paradójicamente, el reconocimiento abrupto del otro, de la diferencia como circunstancia inserta en la fractura de la sociedad peruana. La obra de Cassinelli abarcó ambos registros. Un diario personal que sin embargo se proyecta hacia los trastornos del entorno social más amplio. Retratos, autorretratos y paisajes alternan con alegorías complejas y crónicas descarnadas de la violencia. Pero todo siempre desde una impresionante vocación solitaria.

El suyo es de veras un arte de necesidad interior, autodidacta y prácticamente nunca ofrecido a un circuito plástico que Cassinelli no frecuenta y más bien rehuye.2 Ajeno a esa escena y a sus rutilancias, este pintor retraído, secreto, elabora un sinnúmero de dibujos, acuarelas, témperas, algún acrílico. Ni un solo óleo: nada de mayor pretensión “artística” asoma en sus exploraciones técnicas, marcadas siempre por el repentismo, por la urgencia vital de quien transita las precariedades de una existencia urgida de expresiones inmediatas.

Apuntes, esbozos, anotaciones gráficas: aunque hay un par de piezas con dimensiones impresionantes, y decenas de otras de regular tamaño, el formato general es discreto, incluso mínimo, casi el de una bitácora personal. Centenares de imágenes espontáneas, logradas con tanta frescura como destreza sobre papeles, cartulinas, cartones. Exabruptos (así los denomina el propio Cassinelli) donde hasta la precariedad aparente de los soportes modestos habla de las fragilidades históricas —y personales— que animan su producción intensa. Extensa, aunque finalmente trunca: hacia 1992, por motivos que van de lo social a lo íntimo, Cassinelli abandona el trabajo sostenido con los materiales plásticos. Y la mayor parte de su producción supérstite se enrolla y olvida bajo los óxidos de una máquina inútil en la curtiembre quebrada de la familia.

Como una cápsula del tiempo: el reciente hallazgo y recuperación de esas imágenes, a instancias de MICROMUSEO, nos revela no sólo una rara y desconocida pulsión artística, sino además un excepcional testimonio de las intensidades de aquellos años extremos. De sus tensiones máximas, pero aquí desplazadas con frecuencia hacia registros personales, tácitos, oblicuos. Ludismos y erotismos varios se confunden con alusiones sesgadas a la violencia y captaciones desbordadas del desborde popular.

También en su sesgo racial: asunto recurrente y fundamental en esta iconografía es el protagonismo de una presencia mestiza, potenciada por el propio mestizaje del lenguaje ensayado para expresarla. Hasta el punto que hoy este acervo desconocido podría verse como una suerte de eslabón perdido entre algunas de las más importantes transformaciones estilísticas de nuestra plástica contemporánea. Entre el pop achorado y el neo-expresionismo, digamos. Entre el taller E.P.S. Huayco y Carlos Enrique Polanco. O Piero Quijano: durante largos momentos los trazos y sentidos articulados por Cassinelli podrían relacionarse además con los que años después consagrarían a un pintor tan notable como este último y sus agudas miradas sobre la (post)modernidad popular.

Reunir y rescatar la obra perdida de Cassinelli es, así, no sólo un acto de justicia con el talento personalísimo de su autor, hasta ahora ignorado, sino un emprendimiento de amplias trascendencias. En términos tanto sociales como artísticos.

Una apuesta histórica.

Ricardo Cassinelli
Calato y bandera
1985
Acuarela sobre papel: 38 x 44 cm

Notas

1. Accedí al concepto de una “República de Weimar peruana” como consecuencia inmediata del exitoso putsch protagonizado por Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos el 5 de abril de 1992 y el instantáneo desmoronamiento institucional que puso en evidencia las carcomidas bases del orden existente. Pocas semanas después hice uso público de la frase en una crítica artística publicada por el diario limeño La República. Desde entonces la he circulado en varias otras intervenciones, orales y escritas.

Como resultará obvio, el término no pretende ir más allá de sus sentidos metafóricos y debe ser en todo momento entendido como una licencia poética, articulada con cierto ánimo de provocación: no es una relación de identidad la que con esa frase se propone, sino de fricción. Una f(r)icción histórica que tal vez ayude a penetrar la densa complejidad de esta experiencia límite en la vida contemporánea del Perú.

2. La inevitable excepción vendría a ser el concurso de pintura de Banpeco en 1985, que motivó un comentario mío a la obra de Cassinelli en un diario limeño (“Como una pedrada en la frente”, La República, 11 de mayo de 1985), sin que tales alicientes logren acercarlo al medio plástico más allá de aquella experiencia fugaz y de inmediato olvidada.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]