Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Scroll to top

Top

LO IMPURO Y LO CONTAMINADO [I]

Retornos críticos de la pintura (1997 – 2002)

Artífices varios


CENTRO CULTURAL DE ESPAÑA
Santa Beatriz / Lima - Perú

EXPOSICIÓN (Curaduría: Gustavo Buntinx)

92

10 de abril
19 de mayo
2002

<span class='fa fa-star'> </span>Pintura embalsamada


Gustavo Buntinx

Lo impuro y lo contaminado [I]
V. Pintura embalsamada

(Ensayo curatorial)


Mónica González Raaijen
Sin título
2000
Técnica mixta / 45 x 63 cm
Colección MICROMUSEO
(“al fondo hay sitio”)

Algo comparable, pero más íntimo y sutil, también más desbordante, asoma en las fisuradas obras de Mónica González Raaijen (Lima, 1965). Un lenguaje artístico de promiscuidades que alternan y contaminan el óleo con el collage, el objeto intervenido con la pasamanería, la delicadeza del bordado con las engañosas rutilancias de la bisutería barata. Incluso su pintura-propiamente-dicha suele incorporar o configurar tapices y estampados tan enternecedores como perversos.

Pervertir es desviar, y el desviamiento de los sentidos (en todos los sentidos) apunta aquí no a la fatiga sino a la corrupción de los materiales. A su exquisito travestimiento. Telas que son latas que son hilos que son cuentas que son láminas… Las pieles muertas pero iridiscentes de una pintura embalsamada.

Como los embalsamados pajarillos que en alguna de estas piezas saturan el aire del cursi niño gimiente. O el falso lujo de los hilos y mostacillas que gozosas configuran el esplendente cuerpo hecho pedazos de la última víctima de Ruth Judd, “la mujer tigre de Arizona”. O las deformaciones de la pierna elefantiásica en una joven sin cabeza. O las holandesitas de madera calada que la artista desviste con sus repintes sin despojarlas enteramente de su candor para así intensificar la turbación. La turbiedad de infantes obscurecidos contemplando, desde la insalvable espesura de un capitoné pintado, el claro de luz que congela la pose kitsch de un ciervo o una cabaña alpina.

Fijaciones fálicas corroídas y exaltadas por suciedades y preciosismos. Como la borrosa figura ecuestre del padre en una caja de muestras sanguíneas (“He arrives in a white hooorse”, gime la prolongada leyenda añadida a la no-tan-cándida escena pastoril en una lata de golosinas pictóricamente inquietada por la artista).

Lo Real en descompuesta relación con lo Simbólico: la lectura lacaniana resulta tal vez algo primaria. Pero es sintomático que González crea encontrar en esas fricciones y desplazamientos “una suerte de limpieza”, una purga y descarga de impurezas a pesar de todo evidentes en cada trabajo suyo.

Una turbiedad que viene de la infancia (Alicia y Lewis Carroll son referencias inevitables), una intimidad perturbada que, sin embargo, exhibe también las señas culturales de cierta occidentalidad pueril de cajita de bombón, de tías costureras. Como un degradado cuento de hadas perdido en el altillo de las fantasías regresivas de nuestra sociedad “blanca”, asediada por los fantasmas de su alteridad no reconocida. La huella ominosa de lo faltante, de lo castrado, de sus retornos sesgados.

Ansiedades y deseos que aquí derivan hacia el registro subjetivo de una sexualidad soterrada. Sus mutilaciones y carencias.

También sus compensaciones.

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

← Anterior
Siguiente →