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LO IMPURO Y LO CONTAMINADO [I]
Retornos críticos de la pintura (1997 – 2002)
CENTRO CULTURAL DE ESPAÑA
Santa Beatriz / Lima - Perú
EXPOSICIÓN (Curaduría: Gustavo Buntinx)
10 de abril
19 de mayo
2002
<span class='fa fa-star'> </span>Tótem y tabú
Gustavo Buntinx
Lo impuro y lo contaminado [I]
IV. Tótem y tabú
(Ensayo curatorial)
Gilda Mantilla
Lima * Mala * Lima
1997
Instalación: acrílico sobre MDF y óleo sobre papel
adherido a tela / Medidas variables
Colección Museo de Arte de Lima (MALI)
(Fotografía adaptada de la web del MALI)
Otra suerte de ilusión funda preocupaciones más subjetivas entre nuestros artistas. Como Gilda Mantilla (Los Ángeles, California, 1967), principalmente (re)conocida por sus (re)construcciones de género. La sinfonía del trapeador se llamó esa última (2001) muestra suya que pone literalmente en vitrina —pero también en pictórica escena— accesorios y atributos convencionales de lo femenino: pelos, perlas, cuentas, mostacillas… El lujo banal de todo ello remite a una sensibilidad ligeramente anticuada de bazar-de-barrio. Como aquel legendario Bambi cuya quiebra arruinó a la familia de la artista pero legó a Gilda el imaginario de rutilantes restos y saldos con los que reconfigura una identidad desvanecida. De fantasía.
Por ello acaso la latente tristeza que recorre sus recorridos entre los brillos impostados del glamour y de la moda. El fetichismo domesticado de una sensualidad reprimida y a la vez expuesta como sentimentalismo retórico y goce superfluo. Aunque no menos sentidos o intensos por ello.
La superficie de ese goce es también pictórica, como lo demuestra algún temprano estilo suyo vinculable a cierta figuración gestualmente ensimismada todavía en latinoamericana boga a principios de los noventa. “Mi trabajo es un autorretrato permanente” proclamaba Mantilla durante esos años de escuela, y el resultado es lo que escoge exhibir en su primera muestra individual (1993), poblada de semblanzas propias. Y de corazones. Big Heart era el nombre rockanrolesco de lo así reunido. La nostalgia, su marcante subtítulo.
Melancólica y festiva al mismo tiempo, aquella exposición cifraba en clave personal ilusiones y pérdidas más amplias. Las de una mediana-clase-media en extinción cultural frente a los embates de la globalización y el desborde eruptivo de la modernidad popular. Al elemento pasivo de ansiedad se le suma aquí otro de fascinación inquieta, sexual incluso. Como la pintura misma, asediada en las obras de Mantilla por contagios y amagues que la infiltran de referencias cursis o gloriosamente deleznables, cuando no de su propia materialidad barata. E incitante.
Falsas pieles. Plumas, lentejuelas. Pero otras densidades bullen tras ese erotismo de excitante pacotilla. La recuperación pictórica de las ilusiones agotadas. Así al menos lo sugiere un momento de excepción en su obra, cuando a mediados de 1997 se inspira en el totemismo vulgar de esos felinos y serpientes que las calcomanías masifican hasta encontrar en los guardafangos de ómnibus y camiones un precario soporte pictórico.
Detalles recortados de la instalación
Lima * Mala * Lima
de Gilda Mantilla
(Fotografías adaptadas de la web del MALI)
“La estética de lo portátil” es cómo la tesis universitaria de Mantilla denomina a estas imágenes. Una estética de transición, una estética de migración, entre la estridencia urbana y la ritualidad andina, que la artista capta impresionantemente en una picto-instalación de grandes maderas recortadas cuyos colores vibrantes sobredimensionan algunas de esas figuras populares. En el reverso de su presencia colgante líneas estelares configuran el mapa astral de nuestras nuevas constelaciones míticas. Pero la admiración allí implícita va acompañada por una inconsciente conciencia de la insalvable distancia que separa a Mantilla de esa exaltada visualidad otra.
Lima * Mala * Lima, reza en un ambiguo juego de palabras el elocuente título tomado de la ruta interprovincial anunciada sobre la carrocería de los ómnibus que recorren la carretera a la localidad de Mala, al sur de la capital. Una ruta desértica, compartida por migrantes populares y mesocráticos veraneantes. Igual como estas agresivas imágenes comparten el espacio de la obra con interpretaciones más personales de plantas curativas y chamánicas (ruda, sampedro, sábila). Debajo de todo ello, la tendida figura en cruz de una bañista enigmática, un autorretrato desplazado de figurines de otras décadas en plegaria abierta a nuevos e inalcanzables firmamentos zodiacales. Tras la fascinación asoma la alegoría rendida de todo lo inconcluso que nuestra abrupta modernidad deja atrás. Y el recuerdo rescata. Pero ya (casi) sin otra esperanza que la de su propia contemplación ensimismada. El melancólico placer de la evocación, más que de lo evocado. La nostalgia.
Perturbada.
Detalles recortados de la instalación
Lima * Mala * Lima
de Gilda Mantilla
(Fotografía adaptada de la web del MALI)
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