
LO IMPURO Y LO CONTAMINADO [I]
Retornos críticos de la pintura (1997 – 2002)
CENTRO CULTURAL DE ESPAÑA
Santa Beatriz / Lima - Perú
EXPOSICIÓN (Curaduría: Gustavo Buntinx)
10 de abril
19 de mayo
2002
<span class='fa fa-star'> </span>Las ilusiones pintadas
Gustavo Buntinx
Lo impuro y lo contaminado [I]
III. Las ilusiones pintadas
(Ensayo curatorial)
Marcelo Velaochaga
Perúfútbol
(Penal)
1999
Acrílico y serigrafía sobre trupán / 130 x 110 cm
Colección MICROMUSEO
(“al fondo hay sitio”)
(Izq.) Obra completa /
/ (Der.) Detalle con manchas sanguíneas sobre la pelota
Nuestra guerra incivil irresuelta. Márquez había sido condenado a veinte años de prisión por “apología del terrorismo” en virtud de la poderosa ambivalencia que energiza su producción anterior, articulada desde colectivos artísticos como NN y Los Bestias. Si bien una comisión especial determina luego su inocencia, el proceso traumático de lo así experimentado queda como una de las marcas vivas de la violencia en el arte peruano. No la más extrema, sin embargo.
Sobre esas huellas ha derivado Marcel Velaochaga (Lima, 1969) lo culminante de su aún joven producción plástica. Una obra mixta que articula grafismos y pictoricidades de alta cromaticidad, pero con un fuerte componente conceptual. Como en Perúfútbol (Penal), aquel feroz comentario de 1999 a las culturas de la marcialización y el simulacro, también del empavorecimiento, deliberadamente impuestas entre nosotros por la dictadura de Vladimiro Montesinos y Alberto Fujimori. Estrategias que Velaochaga sintetiza en una secuencia casi intercambiable de pelotas de balompié y cabezas clavas. La alusión es a los sucesos en torno a la embajada del Japón, sus circunstancias puntuales (el partido de fulbito) y sus justificativos arqueoideológicos (Chavín de Huántar). Pero si los esféricos apenas insinúan ciertas manchas sanguíneas, las presencias pétreas se ven vistosamente modificadas por fluorescencias tan llamativas como falsas. La intervención clave es, sin duda, aquélla que reviste con los más contemporáneos camuflajes militares a esa imagen emblemática de la escenografía sagrada del terror en el Estado ancestral.
Travestimientos políticos que el cuadro traduce a sus propios términos plásticos, conciliando la gravedad de los contenidos con un sentido casi festivo del color. Y a la vez confundiendo serigrafía, dibujo, pintura, en superposiciones visible y deliberadamente arduas. Como la historia en ellas atrapada.
Tensiones que otras piezas recientes proyectan desde la incorporación del título a la superficie pictórica misma. En Del campo a la ciudad (2001), la consigna insurrecta se ve lúdicamente caligrafiada sobre una warholiana secuencia de gaseosas cuya marca ayacuchana (Kola Real, “la del precio justo”) viene desplazando a las bebidas oligopólicas producidas en la capital.
Pero más incisivo aún es el cuadro del mismo año que imita sobre un mantel imitado las formalidades diversas de fotografías de Marx y de Lenin (autografiada), un fascículo de Orozco, un afiche bolchevique, otro vietmanita, otro cubano, una versión pop de Mao, un ejemplar casi cubierto de El Diario, (el pasquín senderista)… Y el dibujo a mano alzada de un Abimael Guzmán embanderado en pose literalmente panfletaria. Pintada sobre la semblanza pintada de un cuaderno de apuntes gráficos, esa última imagen podría actuar como el abismamiento artístico del repertorio entero. Esa imagen y la del crucial lápiz rojo que sobre ella se extiende.
El lápiz alegórico: Mesa de trabajo del pintor Félix Revolledo, reza el título transcrito en la parte superior del cuadro. Aparentemente innecesaria, la precisión del oficio sesga decisivamente la lectura de la obra. Como lo hace también el que se privilegie el concepto “mesa de trabajo” sobre el de “caballete”. En efecto, el nombre propio hace alusión directa a un artista que en veinticinco años pasa de la abstracción lírica al social-realismo al maoísmo al fundamentalismo a una muerte criminal en la masacre de los penales de 1986. La tragedia de esa vida es aquí la herida pictórica de nuestra reciente historia. De su insensatez, desbocada y fratricida.
Pero quedan las ilusiones perdidas.
Las ilusiones pintadas.
Marcelo Velaochaga
Mesa de trabajo
del pintor Félix Rebolledo
2001
Acrílico sobre tela / 150 x 150 cm
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