Image Image Image Image Image Image Image Image Image Image
Scroll to top

Top

BELLA BELLA

Correlato a la exposición
Que tal raza! de Claudia Coca


GALERÍA FÓRUM
Miraflores / Lima, Perú

INSCRIPCIÓN (Texto: Susana Torres)

239

abril
mayo
2002

BELLA-BELLA<br>(Ensayo)<br>Susana Torres


Susana Torres

Bella-Bella

(Ensayo)


Claudia Coca
Mejorando la raza
2000
Políptico e técnica mixta
(óleo sobre tela, fotografía analógica sobre papel,
fotografía iluminada( /
/ Medidas variables
(cuadro: 209.5 x 145 cm)
Colección MICROMUSEO
(“al fondo hay sitio”)

En Mejorando la raza, su inquietante instalación del año 2000, Claudia Coca encarnaba cierta dificultad del mestizo para reconocerse ante el espejo. Y la interiorización de lo blanco como paradigma de belleza y prosperidad. En su muestra ¡Qué tal raza!  Claudia nos devuelve ahora a las imágenes de nuestros deseos y miedos de clase, que son también de género y de raza. Nuestro cuerpo colectivo en su propio cuerpo representado.

Dios creó al hombre (y a la mujer) a su imagen y semejanza. En el país de “todas las sangres”, la casi única opción de belleza pareciera ser la de lo joven, lo femenino, lo blanco o emblanquecido. Aunque últimamente esto en algo se haya modificado, persiste el absurdo de vernos publicitariamente bombardeados con el llamado “modelo aspiracional” de comerciales convertidos en reflejos perversos de nuestros peores prejuicios. Hasta hace apenas unos años, no existía una “cholita linda” en la televisión, e incluso ahora se las prefiere ver como hombres travestidos. Sexual y culturalmente. Nunca encontramos un rostro familiar que a la vez sea auténtico. Sólo en el simulacro nos reconocemos.

 

Jorge Benavides en el papel travestido
de “La Chola Jacinta”

Ernesto Pimentel en el papel travestido
de “La Chola Chabuca”

Pero una identidad nueva emerge desde esa vaciedad. En alguno de sus cuadros Claudia se nos ofrece como Cristo tripartito —Cristo travestido—­ cual repetida anfitriona: “modelos” de alienación en su despliegue de tintes y lentes cosméticos. Es ahora la artista misma quien se “mejora la raza” blanqueándose pictóricamente como en los bromuros que integraban su instalación anterior. “Monos” artísticos que en el cuadro pugnan por un sitial en fricción con las aspirantes al glamour de nuestra adolescencia migrante.

Una estética popular y mestiza que es quizá el mayor aporte de la tecnocumbia. Una ansiedad de belleza nueva, anunciada desde las denominación misma de los grupos musicales. Agua Bella, Bella Bella, Alma Bella: conjuntos femeninos cuyos propios nombres reafirman la hermosura de sus integrantes y de su música. La imposición del nuevo gusto es también la búsqueda estridente de una autoestima.

Claudia Coca
(Izq.) Raza bella
2001 – 2002
Óleo sobre tela
(Der.) Pieles
2002
Óleo sobre tela / 200 x 125 cm

Hay un elemento de desvergüenza (no de indecencia) en estos cuadros. En el lucimiento orgulloso de su choledad. Raza bella se llama la obra en la que Coca se nos reitera como mestiza, pero al mismo tiempo como hermosa, provocativa, sexy. Y con Rossy War asomando fetichistamente entre las botas.

Las cantantes y vedettes, las vedettes-cantantes, como nuevo modelo aspiracional de jovencitas populares ajenas ya a cualquier cursi representación de empleada doméstica en las telenovelas nacionales. Aprendemos más de libretos que de libros. De representaciones otras.

La otra es precisamente el título con que Coca se apropia de una exposición reciente de Natalia Iguíñiz. Y la radicaliza: es ahora la artista quien aparece en simultáneo como empleada doméstica y empleadora. Patrona y sirvienta mimetizadas en sus apariencias, pero opuestas en sus actitudes. Sueños y pesadillas en un mismo juego de roles, en una misma actriz, en una misma semblanza y cuerpo. ¿Quién manda a quién?

Claudia Coca
(Izq.) La otra
2001 – 2002
Óleo sobre tela
(Der.) Bumerán
2002
Óleo sobre tela / 200 x 125 cm

“Sirvienta de día, terruca de noche”, era una frase que recorría los labios de ciertas patronas desconfiadas. En Búmeran Coca se camufla guerrera con un ambivalente uniforme militar. Como ambivalentes y ominosas se insinúan las ronderas campesinas que ocupan el fondo del cuadro. La mejor defensa, dicen, es el ataque. La artista nos ataca camuflándose en nuestras fantasías y miedos. En sus imágenes. Y las de nuestros prejuicios. Ser joven, ser popular, ser mestizo: hasta hace poco, el identikit perfecto del terrorista.

Pero el terror puede venir de donde uno menos sospecha. En los noventa otra forma de violencia apareció entre nosotros: las esterilizaciones forzadas. Con engaños y “premios” se propiciaba la esterilización masiva entre las poblaciones remotas. De la selección natural a la eliminación selectiva. En Ligadura Claudia es tanto víctima como victimaria, entrelazando uniformes de enfermeras con polleras de paisana, configurando una insólita bandera peruana. La patria como “cholocausto”, para decirlo con el chiste cruel y racista que circula entre algunos emblanquecidos en permanente fuga de sus orígenes.

Pero los orígenes vuelven siempre. Y nos perturban. Como en estos cuadros. Y su semblanza bella-bella.

Claudia Coca
Ligaduras
2001 – 2002
(retocado el 2021)
Óleo sobre tela /
/ Tríptico: 200 x 109.8 cm (panel central)
200 x 110 cm (paneles laterales)
Colección MICROMUSEO
(“al fondo hay sitio”)

[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

← Anterior