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ANAMNESIA

Retornos fantasmáticos de la violencia

Rudolph Castro / Claudia Martínez Garay / Santiago Quintanilla


CENTRO CULTURAL PETROPERÚ
San Isidro / Lima – Perú

EXPOSICIÓN (Curaduría: Gustavo Buntinx / Victor Vich)

164

22 de noviembre
23 de diciembre
2012

MEMORIA, AMNESIA,<br>ANAMNESIA<br>(Sinopsis curatorial)<br>Gustavo Buntinx


Gustavo Buntinx

MEMORIA, AMNESIA, ANAMNESIA

(Sinopsis curatorial)


Rudolph Castro
Tres, dos… uno
2010
Instalación
(fierro pintado [automóvil a pedales siniestrado], escombros, audio digital)
Automóvil: 105 x 100 x 58 cm
Instalación: 10 m2, aprox.
MICROMUSEO (“al fondo hay sitio“)

Están por cumplirse casi diez años de la presentación del fundamental Informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. El Perú, sin embargo, sigue entrampado en sus irresueltas batallas por la memoria. Personal y social: una persistente vocación por el olvido en distintas instancias del poder dificulta el procesamiento y superación de las altas violencias y del autoritarismo que marcaron traumáticamente la vida nacional —y las vidas individuales— durante las décadas de 1980 y 1990.

Algunas prácticas simbólicas, no obstante, han compensado esos silencios de la política mediante una capacidad siempre regenerada para la sublimación del horror. Nuevas figuraciones de la violencia, nuevas poéticas, con proyecciones impactantes de denuncia o de catarsis. Potencias expresivas y sanadoras que constituyen ya una tradición fuerte y ahora recurrente en la plástica local, hasta el punto de correr graves riesgos de vaciamiento o retorización ante la actitud celebratoria y mercantil que el sistema últimamente prodiga para manifestaciones antes perseguidas o ignoradas.

En ese contexto de triunfo paradójico —hay éxitos que matan— con esta cuarta entrega de su proyecto Partes de guerra, MICROMUSEO pretende evidenciar la criticidad renovada aún posible en la producción artística sobre tales temas. A modo de ejemplo (reflexionado), hemos reunido algunas obras específicas de apenas tres artífices, nacidos todos entre 1982 y 1983: Rudolph Castro, Claudia Martínez Garay, Santiago Quintanilla. La selección no es aleatoria, pues aunque con propuestas plásticas muy diversas, cada uno de los nombrados comparte una aproximación a la violencia que no responde a las ideologizaciones en boga sino a la recuperación de los procesamientos casi intuitivos de la memoria. Negada.

Negada: la lucha principal de estos artífices no es contra unas u otras versiones de nuestra angustiada historia reciente, sino contra la desmemoria misma. Contra el acto de borradura y amnesia que pretenden imponernos los ideólogos de una u otra forma de terrorismo.

Las obras así logradas surgen, entonces, de un trance más psicológico que estrictamente político (aunque todo gesto o representación es siempre político, en los sentidos más densos del término). Una estrategia crucial por provenir de autores cuya experiencia de la guerra interna coincide con la de sus infancias. Tal vez no deba sorprender el que sus trabajos suelan apelar a elementos distintivos del imaginario de la niñez: la historieta (Quintanilla), el juguete (Castro), el fantasma (Martínez Garay). Y sus muy diferentes propuestas podrían acaso relacionarse a una misma aunque inconsciente teoría platónica: la anamnesis, la anamnesia, la recuperación de la memoria reprimida de una vida anterior.

Esa vida otra es aquí la personal de los propios artífices, pero también la vida social de la incipiente y frágil democracia peruana, perturbada desde su concepción en 1980 por las más insólitas violencias. Nuestra propuesta reflexiva es evidenciar en esta articulación artística de circunstancias individuales y colectivas un elemento distinto de revelación. Un develamiento tanto de las obras analizadas como de los entrampamientos históricos que en ellas se desatan.

Es en ambos términos —subjetivos y sociales— que se libra la pugna intuitiva de cada uno de estos expositores contra la llamada amnesia infantil, esa dificultad adulta para la recuperación de recuerdos provenientes de la niñez temprana. Una condición universal que Sigmund Freud atribuye a la necesidad psíquica de contener la alta emotividad sexual característica del periodo formativo del ser humano. Otras interpretaciones asocian aquellos olvidos sistemáticos con la codificación lingüística de la memoria que se impone a partir de los tres o cuatro años de edad, en un proceso de simbolizaciones elaboradas a costa de los registros mnemónicos más estrictamente sensoriales. Según esta perspectiva última, de nuestra niñez temprana recordamos sólo lo que se integra a la reorganización mental pautada por la adquisición del lenguaje, incluyendo todo lo de represión psíquica que tal proceso implica.

Un dato empírico que podría articular ambas teorías es la prolongación de la amnesia infantil y de las dificultades del habla en quienes han sido abusados durante los primeros años de su existencia. Y allí se torna irresistible una asociación libre —libérrima— con las múltiples violencias impuestas contra la utopía contemporánea de construir en el Perú un Estado de derecho con ciudadanía total. Una legítima democracia representativa frustrada desde el día mismo de los comicios que pretendieron otra vez atisbarla tras los doce largos años de la dictadura militar iniciada en 1968.

En efecto, las elecciones de ese 18 de mayo de 1980 se vieron también marcadas por el inicio del accionar subversivo, que luego provocaría torpes contraofensivas estatales. Empezaba así la competencia de horrores bajo la que naufragó nuestra República de Weimar peruana, liquidada definitivamente el 5 de abril de 1992 por el autogolpe de Estado de Vladimiro Montesinos y Alberto Fujimori. Sólo tras el obscurantismo despótico de los siguientes ocho años podrían restablecerse algunos procedimientos democráticos, con las ilusiones y dificultades que desde el 2000 nos acompañan.

No está aún cancelado, sin embargo, el saldo terrible de esas dos décadas anteriores de guerra y dictadura. A las evidencias patéticas de ello en nuestra vida política se le suman otras más significativas desde el decisivo ámbito de lo simbólico. En la señalización y procesamiento de esa carencia radica el aporte de artífices como Castro, Martínez Garay y Quintanilla. Sin necesariamente proponérselo, tras sus incisivas obras asoma una aproximación casi psicoanalítica a la más grave de nuestras crisis republicanas.

Tal vez no deba sorprender el que en ese derrotero insólito estos autores logren sublimaciones tan intensas de nuestros abismos como sociedad. Y en el mismo gesto renueven de manera tan sugestiva a la propia textualidad plástica.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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