POÉTICAS DEL RESTO
MICROMUSEO inaugura nueva ruta
con los abismales trabajos de Giancarlo Scaglia
sobre las ruinas de la isla penal de El Frontón
24 de abril
2015
Giancarlo Scaglia
Stellar (Comedor Guardia Republicana)
2014
Instalación: tinta sobre papel japonés, escombros
320 x 980 cm
POÉTICAS DEL RESTO
MICROMUSEO INAUGURA NUEVA RUTA
CON LOS ABISMALES TRABAJOS DE GIANCARLO SCAGLIA
SOBRE LAS RUINAS DE LA ISLA PENAS DE EL FRONTÓN
Hoy 24 de abril de 2015, a las 19:30 horas,
MICROMUSEO inaugura Poéticas del resto (Stellar I),
la abismal exposición de Giancarlo Scaglia
concebida desde las ruinas de la isla penal de El Frontón.
A continuación el ensayo curatorial de Gustavo Buntinx.
Luego se publicará un segundo texto,
preparado especialmente para esta muestra por Mariana Botey,
profesora de la Universidad de California, en San Diego.
Giancarlo Scaglia
Mapa nocturno
2014
Fotografía intervenida digitalmente en negativo
PÓSTUMA
TRES NOTAS INDICIARIAS
SOBRE LAS POÉTICAS DEL RESTO
EN GIANCARLO SCAGLIA
(MÁS UN INTROITO)
(Y UNA CODA)
(INTROITO)
Con la realización culminante de Stellar, Giancarlo Scaglia instala entre nosotros una perturbación de inquietante relevancia. Casi un memento mori para el Perú actual, sumido en los goces y los trances múltiples de la revolución capitalista que todo lo trastoca en lo que va de este siglo. Un imaginario de prosperidades infinitas, amagado a veces, sin embargo, por las latencias de la Violencia Grande no hace mucho vivida. Y aún no extinta.
Acaso una señal incisiva de todo ello es el asomo creciente, en las artes peruanas, de una emoción signada por las poéticas del resto. Y las políticas de lo indiciario. Categorías con la que intento empezar a nombrar cierto horizonte nuevo de trabajos concebidos desde la contemplación —la activación— de la ruina. Contemporánea: es en las huellas materiales de nuestra guerra incivil que artífices como Scaglia —pero no sólo él— hurgan el registro sensible de todo lo arrasado por nuestra historia demasiado reciente. Y acallada.
Ésa es la elocuencia otra que me interesa escarbar en la grave objetualidad absoluta de los diseños esotéricos que Scaglia configura con elementos dislocados de las ruinas de El Frontón. No lo que ilustran sino lo que evidencian. Y poetizan.
Radicalmente: atención a la semiosis otra de los escombros así redivivos. Fragmentos inconexos, desarticulados del continuo que alguna vez les dio sentido, pero actuantes de manera oblicua en nuestra (in)conciencia. Y de allí en la propia construcción de la expresión distinta que pugna por forjarse.
Sin duda es ése uno de los desafíos mayores para la reflexión artística: desentrañar cómo una estructura de sentimiento (Raymond Williams) deviene estructura de lenguaje.
Y de historia.
– I –
TEXTO
Calcos, fragmentos, restos. Tal vez sea en su propia estructura —material y sígnica— que debamos hurgar la Verdad intrínseca en las obras con que Giancarlo Scaglia nos desafía ahora. Pedazos dislocados de la otrora isla penal de El Frontón, escenario de una de los masacres paradigmáticas que convulsionaron a nuestra República de Weimar Peruana (1980 – 1992).
Una huaca demasiado contemporánea, habitada tan sólo por la desolación. Marcada sin duda por el horror, pero más melancólicamente por el abandono, con sus arquitecturas explosionadas desmoronándose entre la humedad y las excretas aviares. Una isla guanera donde geografía e historia se abisman.
Ambas reprimidas, por censuras y autocensuras varias. Obscurecimientos ante los que cualquier construcción de sentido debe invertir sus términos. La pregunta basal no es ya lo que esas ruinas significan, sino cómo significar nosotros la ruina. Y cómo, en esa operación, la ruina misma nos resignifica.
Sin necesariamente proponérselo, la respuesta de Scaglia nos devuelve a ciertos orígenes críticos de la semiología en las elaboradas teorizaciones de Charles Sanders Peirce (1839 – 1914). Las distinciones agudas entre lo que el signo ofrece como representación (lo Icónico) o incorpora como huella (lo Indiciario). Y su integración compleja a las convenciones generales de la comunicación postulada (lo Simbólico).
Es, así, una sofisticada operación lógica la que se agita en este accionar artístico. Tanto más sugerente por no derivar de una pura voluntad analítica, sino de la intuición poética del sentido otro extraviado entre esos fragmentos y marcas. Y de cómo algún Saber o Verdad queda allí inscrito. Y encriptado.
Y descifrado: la interpretación es para Peirce un acto inserto en el hecho mismo de la significación, hasta el punto de incorporar al interpretante en la propia estructura del signo. Al seleccionar y desplazar los restos ahora expuestos, Scaglia convierte objetos inmediatos —la inmediatez estática de esos objetos— en objetos dinámicos: desencadenantes de una semiosis continua, una cadena de signos que nos envuelve a los espectadores también. Hasta transformarnos en interpretantes otros.
Ese Saber era ya nuestro pero lo habíamos adormecido y censurado. Aprender es recordar es despertar.
La anamnesia platónica.
– II –
CONTEXTO
La Verdad contenida en esos restos y liberada en las obras es el recuerdo reprimido de todo lo sedimentado en ellas. Como materia y como historia. Al convertirse en uno de los escenarios privilegiados para las liturgias fundamentalistas de Sendero Luminoso, El Frontón acumuló testimonios esenciales de las transfiguraciones grotescas del imaginario comunista. En sus muros y espacios abiertos la ideología deviene teratología. Y ambas tórnanse alegorías póstumas al subyacer sus evidencias entre los escombros a los que esa cárcel fue reducida por la ultraviolencia del bombardeo con que el Estado aplastó el motín fanático —suicida— del 18 de junio de 1986. Una noche de guerra pura en la que tres marinos y más de cien presos perecieron, muchos de éstos ultimados después de su rendición, según los informes oficiales del Senado, primero, y luego de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
Los cadáveres de las víctimas fueron desaparecidos, pero quedan los impresionantes restos de esa cárcel mítica. Que son también los de nuestra república moderna hecha pedazos. Así supieron percibirlo artífices varios, que trabajaron la documentación periodística de esa tragedia casi desde el momento mismo de los hechos. Y en los últimos años desafiaron prohibiciones obsoletas al cruzar el estrecho marino para desembarcar su mirada propia entre las propias ruinas. Con resultados tan impactantes como las fotografías pioneras obtenidas por Gladys Alvarado Jourde en 2009.*
Cierto umbral fue en ese momento atravesado. Un umbral geográfico, sin duda, incluso existencial. Pero sobre todo semiótico. El hiato que separa —y a la vez vincula— representación y presencia. O ausencia.
– III –
SUBTEXTO
O ausencia. Es en esa brecha ambigua que Scaglia redobla la apuesta, al definir la materialidad de su obra en los restos mismos, y ya no sólo en su representación o registro. Con la densidad adicional proporcionada por la experiencia vital que sustenta esa decisión artística. Y su proyección sideral.
Tras radicar su taller en la cárcel derruida, e incluso pernoctar intermitentemente en ella durante dos años, su producción incluye algunos poderosos cuadros sombríos —“marinas”—, pero sobre todo restos que él selecciona como esculturas fácticas o para instalaciones abstractas. También como matrices para la imprimación de esas superficies abaleadas en enormes papeles albos, mediante densos pigmentos negros. El negativo sobrecogedor de las perforaciones dejadas por la metralla en los muros del refectorio sobre cuyas mesas se alinearon a los presos para facilitar su fusilamiento.
Atención a las connotaciones además religiosas de los resultados plásticos. Así entintados, esos parapetos destacan ahora entre las ruinas como lápidas rotundas visibles desde el mar y desde el cielo. Y los grabados lúgubres se nos ofrecen como mortajas, casi. Una evocación —múltiple y desorbitada— del Santo Sudario.
Sugerencias más intensas aún por desprenderse de un proceso de inscripciones antes que de configuraciones. Manifestaciones excepcionales de lo indiciario antes que de lo icónico. Pero con resultados perturbadoramente simbólicos.
Que el artífice ha sabido proyectar: Stellar es el nombre cósmico otorgado a estas piezas. Y Constelaciones es cómo denomina el dibujo virtual elevado sobre vidrios horizontales en el piso de la galería mediante la simple distribución de los elementos extraídos de la isla, en relación proporcionalmente exacta a su emplazamiento original. Plumas, huesos, latas retorcidas, escombros dinamitados de la arquitectura presidiaria. Como los disjecta membra de un astro o un ángel caído, cuya dispersión ordenada traza geometrías imaginarias, celestiales, acaso sublimes, con los restos trágicamente terrenos de nuestro pasado demasiado cercano.
Restos dispersos que el artífice asocia a las conjunciones estelares ubicadas en el firmamento sobre la isla prisión. GPS mediante. La mirada (tecnológica) de Dios.
De los Dioses todos. El azar no existe y la principal de las instalaciones levitantes así lograda coincide con la órbita de Orion, el Gran Cazador que en la mitología griega amenaza con depredar toda vida animal en la Tierra. Un desborde de hybris que Gaia, la Madre Tierra, logra contener asesinando ese delirio con el apoyo de Scorpio. En conmemoración de tal drama cósmico, víctima y victimario terminaron elevados al firmamento, desde cuya eternidad contemplan la continua reiteración humana, demasiado terrena, de su pugna estelar. Como en las infinitas violencias peruanas: es con el plomo derretido de las balas encontradas en El Frontón que Scaglia delinea en el espacio el vacío linear de la constelación guerrera.
Una astronomía poética que deviene astrología política. Y existencial. Caminar entre las ruinas. Que son el cielo. Caído.
País y paisaje, radicalmente entreverados. Abismados. La ruina devuelta a la naturaleza. Y de allí reinserta en la historia.
Rota: algún trabajo consiste en los fragmentos del conmovedor escudo lítico que Scaglia rescata, hecho pedazos, en el entorno de lo que debió ser el asta o monumento fundacional del presidio, erigido sobre una escalinata de evocaciones quizá prehispánicas. Una pirámide, pero asimismo un pedestal, ahora sugestivamente vacío. Cuatro obeliscos menores lo rodean, y caída entre ellos el artífice recupera además la mutilada “primera piedra” que lleva incisos los nombres del Presidente Augusto B. Leguía y las autoridades correccionales durante la autodenominada “Patria Nueva”. Un régimen que en la década de 1920 intentó refundar la república mediante múltiples políticas de modernización, prolongadas hacia el sistema penitenciario mediante edificaciones como las de El Frontón.
Tras once años de euforia, ese proyecto político no sobreviviría a sus contradicciones. Propias y ajenas. El Perú ingresó entonces, en 1930, a un periodo de brutales conflictos internos de alguna manera repercutidos en los desastres de la guerra incivil iniciada en 1980. La construcción y la destrucción de El Frontón marcan, así, los extremos y el reverso trágico del sueño de orden y progreso en nuestro Estado fallido.
Un subtexto maldito que la Política o la Ley reprimen y entierran. Pero el arte exhuma: nuevas arqueologías del signo, concebidas desde la ruptura y la negación de la acción comunicativa, del propio lenguaje. Y del lenguaje propio, comunitario, compartido. Que nunca nos fue del todo dado.
A esa afasia responde la gnosis extrema de Scaglia. Una poiesis absoluta pero vulnerable, vulnerada. Poéticas no de la épica o de la lírica, sino del resto, de la huella, de la incisión, del quiebre.
Todo lo indiciario que en nuestra postmodernidad revela —excava— una modernidad póstuma.
(CODA)
Lo indiciario, acotaba Peirce,
abarca también la relación sígnica
entre el asesino y la víctima.
Notas
*. Gustavo Buntinx y Víctor Vich (eds.). Gladys Alvarado Jourde: El Frontón. Demasiado pronto / Demasiado tarde. Junio 1986 / Marzo 2009. Lima: MICROMUSEO (“al fondo hay sitio”) y el Instituto de Estudios Peruanos (IEP), 2014.