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LA MUERTE LOCA

(Sobre el affaire Alicia Delgado)

Gustavo Buntinx

05 de julio

2009

Funerales de Alicia Delgado

En un generoso artículo de Enrique Planas, El Comercio cita hoy frases
de una nota que me fue solicitada sobre el aparente sino fatal
que persigue a las estrellas musicales de la (post)modernidad popular.
Como complemento y para mejor contextualización de esas ideas
transcribo a continuación el escrito completo.

En los siguientes días procuraré hacer lo propio
con los de César Ramos y Santiago Alfaro también aludidos en esa nota.
No sin antes recordar que al tema de estas estéticas nuevas
y su circunstancia social e histórica MICROMUSEO le viene dedicando esfuerzos varios,
desde exposiciones como Neón colonial: el afiche chicha en el arte
(Sala Luis Miró Quesada Garland de la Municipalidad de Miraflores, Lima, 2004),
hasta una secuencia amplia de registros en nuestros videos en cabina
(algunos de ellos realizados por el propio Ramos).

Va el primer texto.

 


LA MUERTE LOCA

Se me pide breve opinión sobre el sino fatal que pareciera acompañar la estelaridad súbita de personalidades vinculadas a cierta (post)modernidad popular. Como ejemplo se enumeran las muertes abruptas del grupo Néctar, de la Muñequita Sally, de Alicia Delgado.

Pero poco de excepcional hay en esos crímenes y accidentes. Son la vivencia habitual de los millones que en el Perú y en América Latina viven (vivimos) bajo el imperio del caos y de la corrupción generalizada. La arbitrariedad gobierna desde el sistema de tránsito (policías coimeables por veinte soles) hasta las relaciones personales y empresariales (sicarios accesibles por dos mil). Todo facilitado por un desorden jurídico y normativo donde cualquier abuso es factible pues nadie reconoce un criterio de autoridad legítima. Ni siquiera la propia autoridad.

Advertencia para los extremistas ilusos: nada de revolucionario hay en la informalidad y en la anarquía, que derivan siempre en la terrible ley del más fuerte. Aplaudida, además, por la demagogia –interesada o irresponsable– en la que nos hallamos sumidos. Por increíble que parezca, el linchamiento asesino de Ilave encontró sus defensores más militantes entre profesores de algunas universidades públicas.

Lo que diferencia los casos de ídolos musicales es su visibilidad distinta, emotiva, sensorial. Y su inserción traumática en la sociedad del espectáculo. Ellos encarnan las glorias fugaces y las pérdidas abismales contraídas en los tránsitos de ciertas tradiciones hacia un mercado cultural que deviene en industria del entretenimiento. Esas personas transformadas en personajes internalizan la sobredemanda de figuración y el sobregiro de expectativas bajo un sistema de excesos que finalmente los consume. Las exigencias de “la vida loca”, las exaltaciones frívolas de la transgresión por la transgresión misma, los atrapa en el simulacro perpetuo al que reducen sus existencias. Y terminan víctimas del guión que ingenuamente creían haber escrito. O contratado.

No es ya la vida la que imita al arte, como ironizaba Oscar Wilde hace cien años, sino la muerte misma. Celebrada, además, por una cultura mediática de ruido, de exageración y de mentira. El aturdimiento de los sentidos, del sentido mismo.

Al servicio de los poderes y del Poder.

(Gustavo Buntinx)

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